Steven Carlip, profesor de física de la Universidad de California.
Cita extraida de su artículo "Gravedad cuántica en dos dimensiones", publicado en "Investigación y Ciencia" de Junio 2012, página 54).
.Una de las piedras angulares de la mecánica cuántica es el principio de incertidumbre de Heisenberg. Según este, las magnitudes físicas resultan «borrosas» en un sentido intrínseco. Fluctúan de manera aleatoria y carecen de un valor definido hasta que son observadas o sometidas a un proceso físico equivalente. Por tanto, en una teoría cuántica de la gravedad, el espacio y el tiempo deberían fluctuar. Pero ello zarandea los cimientos sobre los que se apoya el resto de la física: sin un espaciotiempo fijo como un telón de fondo, ignoramos cómo describir posiciones, velocidades de cambio o cualquier otra magnitud básica. En pocas palabras, desconocemos el significado de un espaciotiempo cuántico.
Esas dificultades genéricas se manifiestan en la teoría de varias guisas. Una de ellas es el problema del tiempo, un concepto fundamental para dar cuenta de la realidad que observamos. Casi todas las teorías físicas versan, en definitiva, sobre la manera en que alguna parte del universo con el tiempo. Por tanto, los físicos deberíamos conocer con precisión el significado de aquello que denominamos «tiempo», pero la embarazosa realidad es que no lo sabemos. Para Newton, el tiempo marcaba algo absoluto y externo a la naturaleza que, si bien afectaba a la materia, no se dejaba influir por ella. Las formulaciones habituales de la mecánica cuántica aceptan esta idea de un tiempo absoluto. La teoría de la relatividad, sin embargo, desterró dicha concepción: dos observadores en movimiento relativo difieren sobre la manera en la que cada uno percibe el paso del tiempo, o incluso sobre si dos sucesos ocurren o no de manera simultánea. Las agujas de un reloj (o cualquier otra cosa que cambie con el tiempo) se mueven con mayor lentitud en un campo gravitacional intenso. Para la relatividad, el tiempo deja de ser un parámetro externo y comienza a desempeñar un papel activo en el universo. Pero, si no existe un reloj externo que fije el paso del tiempo, ¿cómo emerge este a partir de la estructura interna del universo?
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