Evaluando la posibilidad de demostrar la falsedad del Éxodo vimos hace días que en el ámbito de las ciencias empíricas las demostraciones perfectamente construidas nunca alcanzan la categoría de “definitivas”. Y esto es porque el avance de las investigaciones científicas, arqueológicas, históricas, etc. puede trastocar conclusiones perfectamente hilvanadas en fechas anteriores.
Para tratar el asunto me serví de un diálogo entre Pablo y Tomás. Y claro, Pablo, consciente de que para evaluar la robustez de una demostración también es preciso considerar otro aspecto, le deja con la duda a fin de retomar el tema más adelante.
Y hoy toca la continuación. Dialogarán sobre la dificultad de que las demostraciones realmente estén basadas sobre toda la información pertinente al caso que tratan.
Tomás.- Hola, Pablo. Aquí me tienes. ¿Qué querías?
Pablo.- Te acuerdas de la conversación que tuvimos en este mismo parque hace varias semanas sobre un artículo que pensaba poner en biblicamente.org.
Tomás.- ¿Cómo no? Si hasta la leí el diálogo que pusiste en la web. No me hablaste de esas intenciones.
Pablo.- Bueno, es que al principio pensaba hacer un artículo. Pero ordenando los comentarios que hicimos, pensé que quedaría mejor presentándolo como diálogo.
Tomás.- ¿Y qué? Me comentarás hoy lo que por las prisas me dejaste con la “mosca”.
Pablo.- Si. Y es que como conseguí hacer el diálogo con tu ayuda, pues ahora pretendo lo mismo para la continuación. Esta “dialéctica” contigo me ayuda a centrar las ideas.
Tomás.- Pues venga, desembucha. ¿Qué te faltaba por comentar?
Pablo.- ¿Recuerdas en esencia lo que vimos el otro día y la conclusión?
Tomás.- Si, hombre, sí. Me hiciste ver que ante una elaborada demostración, nunca se puede dar por definitiva; que los avances de las ciencias pueden trastocar las conclusiones.
Pablo.- Eso es, que salvo en las ciencias basadas en las afirmaciones de la razón, lo que hoy día se da por sentado, mañana puede ser una simple anécdota en los anales de las rectificaciones de la ciencia. Lo cual no es malo, sino que forma parte de la misma esencia del método científico.
Por cierto, que después de nuestra conversación, he publicado un buen extracto de un artículo de Alfredo Marcos en Investigación y Ciencia que tiene bastante relación con este asunto.
Tomás.- Si, si. También lo he leído.
Pablo.- Pues bien. Todo lo del otro día trataba sobre la... digamos.. incertidumbre respecto a la validez de las conclusiones como consecuencia de la falta de informaciones “aún no descubiertas”. Por eso hablábamos de “provisionalidad”. Con lo que se sabe hoy día, podríamos aceptar las conclusiones, pero en un futuro, las cosas pueden ser muy diferentes.
En cambio, hoy pretendo centrarme en la “integridad” de las informaciones sobre las que se sustentan las conclusiones de los artículos, estudios, etc.
Tomás.- Bueno, bueno. ¿Pero que tienen que ver la honradez con las informaciones científicas?
Pablo.- No. No me refiero a la integridad de carácter de las personas. Me refiero a la integridad como cualidad de algo íntegro, completo, que no le faltan elementos. Lo que cuestiono es que cuando se leen artículos, las informaciones que sustentan las conclusiones sean todas las que tienen importancia para clarificar el tema. Evidentemente, me refiero a todas las ya descubiertas por la comunidad científica y que tienen relevancia sobre la cuestión. Recuerda, ahora no me refiero a descubrimientos futuros.
Tomás.- Hombre, se supone que los científicos o divulgadores serios recopilan toda la información pertinente a la temática sobre la que escriben.
Pablo.- Esa es una suposición muy “generosa”. Hoy día, con la carrera exponencial en la que está inmerso el avance del conocimiento, junto con la diversidad, facilidad y velocidad con la que se transmite la información, es justamente cuando más riesgo hay de que no se examinen todas las informaciones relevantes. Justamente la facilidad de difusión de la información dificulta la “objetividad” en el análisis.
Tomás.- ¡Hombre! No pretenderás convencerme de que los avances tecnológicos y la gran difusión de la información dificultan la elaboración de informes objetivos.
Pablo.- No. El fácil acceso a la información en una gran ventaja, pero hay que ser consciente de que también tiene sus riesgos. En concreto, hay dos aspectos asociados a la facilidad y rapidez de difusión de la información que realmente sí dificultan la elaboración de informes objetivos. En pocas palabras los podemos resumir en la “basura” y en la “limitación de la mente”.
Tomás.- Lo de la basura me supongo que sé a lo que te refieres: que cuanto más fácil es difundir la información, más riesgo hay que de que junto con la información de “valor”, también se difunda información inútil, “basura” que no aporte nada relevante al tema.
Pablo.- Incluso te puedes encontrar con información que no solo sea inútil, sino que hasta sea perjudicial. Tanta facilidad de difusión tiene la información relevante y verdadera como la irrelevante y también la “falsa”.
Tomás.- Bueno, sí. Eso está muy claro, pero lo que no entiendo es lo de la “limitación de la mente”. ¿Qué tiene que ver la limitación de la mente con la facilidad y difusión de la información?
Pablo.- Es por lo que decía antes: mucha información, que cada vez llega más rápido y mezclada con “basura”, en vez de ayudar a realizar trabajos rigurosos y objetivos, lo que consigue es justo lo contrario, dificultarlos. Piensa que lo que sobra puede impedir asimilar lo realmente importante.
No confundas el avance de la tecnología para el tratamiento y la difusión de la información, con la capacidad de análisis y asimilación de la mente humana. Una cosa es la herramienta y otra el artesano. La mejora en la herramienta redundará en mayor productividad, pero no en mayor capacidad de análisis y asimilación de la mente del artesano de la información.
Tomás.- Bueno, eso es cierto. Por muy rápidos que sean los chips de los ordenadores que gestionan la información, las neuronas de los usuarios seguirán siendo del mismo tipo, y supongo que también se mantendrán en la misma cantidad. Es cierto. Aunque es evidente, hasta ahora no había centrado la atención sobre esa realidad.
Pablo.- Claro. Y ya sabes cual es la reacción del artesano cuando se ve inundado por océanos de información.
Tomás.- Si, lógicamente, al no poder atenderla, la filtrará y desechará parte de ella.
Pablo.- Exacto. Pero quizás no solo parte de ella. En muchos casos se verá obligado a desechar incluso la mayor parte.
Tomás.- Si, si. Pero ten en cuenta que un buen experto siempre tendrá las cosas claras, y sabrá a ciencia cierta qué criterios de selección aplicar.
Pablo.- No dudo que un buen experto aplique los criterios de selección adecuados. Pero ahí también hay un riesgo para la generalidad de lectores. Porque el criterio que emplee será el “adecuado” para él”. Es decir, será el criterio adecuado “desde su punto de vista”.
Tomás.- ¡Anda! Pues que quieres que haga. Tendrá que guiarse por “su mente”, no por “la tuya”.
Pablo.- Si. Eso no lo discuto. Simplemente afirmo esta realidad, que por muy experto que sea el autor de un artículo científico, no deja de estar “escorado” en función de sus creencias.
Tomás.- Eso no es una novedad. Siempre ha sido así. Pero reconozco que tienes razón: hace décadas esa realidad incidía menos en la objetividad. Cuanto más información exista, más riesgo hay de que los autores se circunscriban exclusivamente a las fuentes que les son familiares y afines ideológicamente.
Pablo.- Eso es. Porque... ¿cual es la solución a la superabundancia de información? Simplemente “la poda radical y sin contemplaciones”. Y no solo se poda información periférica al tema, sino que se ignora toda información que se considere poco fiable.
¿Y qué es lo menos fiable para un experto? Pues sencillamente, toda información proveniente de expertos que partan de hipótesis diferentes a las suyas.
¿Te imaginas cuanto tiempo pierde un científico ateo en asimilar y analizar los escritos de otro científico que sea creyente? O viceversa, claro.
Tomás.- Pues sí, Pablo, tienes más razón que un santo. Jamás se me hubiese ocurrido pensar que justamente ahora que se dispone de más información y libertad para difundirla, es justamente cuando más peligro tenemos de acabar confundidos.
Pablo.- No. No te confundas en esto también. Antes este riesgo de información sesgada, el peligro no es quedar confundido, sino todo lo contrario: quedar convencido, pero convencido de una realidad incierta, cuando no falsa.
Tomás.- ¡Jo, Pablo! Otra vez con tus matizaciones. ¿Qué más da?
Pablo.- Sí, Tomás. Es un matiz importante, pues el que está confundido tiene conciencia de su desorientación, y se supone que buscará e intentará aclararse. Pero el que está convencido y es inconsciente de su error ya está satisfecho intelectualmente y no busca más.
Tomás.- Pues bien. Si así es feliz, ¿por qué tiene que inquietarse?
Pablo.- La respuesta a esa cuestión no es fácil. Yo opino como John Stuart Mill: “...mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho...”.
Pero bueno, en esto cada cual tiene su propia respuesta, y por otra parte, este tema nos llevaría bastante tiempo debatirlo. En el fondo tiene que ver con el derecho a la verdad y con el nivel de riesgo que cada cual esté dispuesto a asumir cara al “error transcendental”. Ambas cuestiones las he tocado en bíblicamente.org. Lee los artículos correspondientes, y si luego quieres, otro día podemos tratar el asunto con más detalle.
Tomás.- Sí, vale; no quiero andar mezclando cuestiones. Y es que todo esto de las pruebas, demostraciones, provisionalidad e integridad se me resiste un poco cuando quiero entenderlo con cierta perspectiva general. Aunque he seguido bien el hilo argumental, reconozco que no acabo de verle el sentido global de lo que vimos el otro día y de lo que hemos visto hoy. ¿Que utilidad tiene todo esto?
Pablo.- Bueno, al menos tienes claro lo que hemos visto hoy.
Tomás.-Sí, hombre sí. Vamos, que hay que estar alerta, pues hay artículos y libros muy bien hilvanados argumentalmente, pero que sólo se apoyan en parte de los datos actualmente disponibles en la comunidad científica. Y claro, por eso conviene informarse de otras fuentes antes de acepta conclusiones acríticamente.
Pablo.- Ok. Pues entonces, espera un poco que voy al servicio. Cuando vuelva buscamos algún ejemplo que permita ver la utilidad de lo que hemos comentado estos días.
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Nota: En "Investigación y Ciencia", de junio 2.012, página 40, puedes leer un interesante artículo sobre la abrumadora abundancia de datos. Escrito por Stuart Firestein, profesor y catedrático de ciencias biológicas, se titula: "Lo que la ciencia quiere saber: Una ingente montaña de datos puede hacer que se pierda de vista lo esencial". Concluye el artículo ...
Así pues, si a usted le presentan un científico, no le pregunte por lo que sabe, sino por lo que él quiere saber.
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