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La reciente lectura de un artículo de Alfredo Marcos en "Investigación y Ciencia" (enero/11) me hizo recordar ciertos debates que he mantenido en blogs ateos y también alguno de los artículos de BíblicaMente.
Sí, porque en más de una ocasión he tenido que lidiar con algunos dogmáticos de "La Ciencia", de esos que en “espíritu” aún siguen en el romanticismo cientifista del siglo XIX. Entonces, hasta los mismos científicos "creían" en “La Ciencia” como una especie de entidad “objetiva” y “omnipotente”, al punto de revelar los misterios de la existencia y conducirnos por los caminos de la justicia y la felicidad.
Estos, al idealizar “La Ciencia”, olvidan que ésta no es más que un instrumento en manos de los hombres (¡y no de la humanidad!). El científico, antes que nada, es hombre; con sus limitaciones y sus “convicciones”. Y aunque la metodología minimiza las deficiencias humanas, aún así, nunca podrá evitar que los objetos de estudio se elijan en función de las convicciones e intereses de quienes los promueven; sean estos científicos, políticos o mecenas; con buenas o "menos buenas" intenciones. Y tampoco evitará la mejor de las metodologías que las conclusiones de los estudios sean interpretadas “desde" las convicciones, y conforme a los intereses de esos promotores.
Así, pues, es un disparate propio de "románticos decimonónicos" atribuir a los científicos y divulgadores la categorías de "oráculos" y sacerdotes de la modernidad.
Y, ojo, no se confundan. En absoluto estoy en contra de las ciencias y su divulgación. Estoy convencido de que bien usadas ayudarán a descubrir la inmensidad del almacén de secretos de la creación y, también, a clarificar los misterios de la historia. Yo mismo soy un forofo de las revistas y libros de temática científica. Pero considero imprescindible el acercamiento a ellas con la actitud adecuada y no como las ocas de las factorías de “patés”: engullendo información precocinada sin masticar y apenas digerir. Al contrario, creo que hay que acercarse distinguiendo entre hipótesis, teorías y datos; entre descripciones e interpretaciones. Y sobretodo, sin renunciar nunca al derecho de reinterpretación desde las propias convicciones en todo aquello que vaya más allá de las evidencias objetivas.
Y esta actitud es justamente la que se desprende del artículo cuyo extracto encontraréis a continuación:
(Nota: El destacado en negrita no forma parte del original)
La filosofía de la ciencia favorece la producción y la comunicación crítica de la ciencia
Suele decirse --y con razón-- que la alternativa a la filosofía no es la ausencia de filosofía, sino la mala filosofía. Es decir, las cuestiones filosóficas resultan inevitables. Cuando parece que las hemos arrojado por la puerta, vuelven a entrar por la ventana. Aunque prescindiésemos de la reflexión filosófica sobre la ciencia, seguiríamos utilizando supuestos filosóficos implícitos en la investigación, supuestos mal planteados, mal digeridos y nunca debatidos. Así pues, será mejor abordar de frente los problemas filosóficos vinculados con la ciencia.
A esa tarea se dedica la filosofía de la ciencia. Desde muy antiguo encontramos contenidos que podemos ubicar bajo esta denominación. Cuando Platón, en La República, reflexiona sobre el método adecuado para la astronomía, está haciendo filosofía de la ciencia. ...
Pero el reconocimiento académico de la filosofía de la ciencia como tal disciplina llega de la mano del Círculo de Viena, que estuvo activo entre 1922 y 1936. Sus miembros pusieron en marcha una colección de libros dedicada a esta materia, así como una revista. Ertkenntnis, que todavía se publica. ...
Tras ese período, hacia el comienzo de los años sesenta del pasado siglo, dos autores producen un cambio drástico en la filosofía de la ciencia. Por un lado, Karl Popper publica en 1959 la traducción al inglés de su obra magna, La lógica de la investigación científica. Nos enseña en este texto que el conocimiento científico es conjetural, que debemos olvidar el sueño largamente buscado de la certeza científica, pero sin desesperar nunca de la aspiración a la verdad. Se abre así una oportunidad para ubicar la ciencia en el mismo plano que otras actividades humanas, olvidando cualquier pretensión de superioridad absoluta.
Por otra parte, aparece en 1962 uno de los libros más influyentes del siglo: La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas Kuhn. Un síntoma de su importancia cultural es que todos en cierto modo hablamos hoy en lenguaje kuhniano. Cuando afirmamos que tal ciencia se halla en crisis, que pasa por una etapa revolucionaria, que ha cambiado o debe cambiar de paradigma, o que viene momento de normalización, estamos empleando la terminología que Kuhn nos legó. Pero quizás el punto crucial de su magisterio sea la idea de que la ciencia es una actividad humana y social, condicionada por factores contextuales, y que como tal debe ser estudiada y valorada. No sería injusto decir que la filosofía de la ciencia de las últimas décadas es principalmente post-kuhniana. Kuhn marcó la agenda. Él dejó planteados una buena parte de los problemas con los que hoy se enfrenta la filosofía de la ciencia. ...
...
Lectura completa en "Investigación y ciencia", edición papel de Enero 2011, página 40.
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